"(...) Primero, vamos a hablar de los argumentos a favor de una inflación más alta.
Mucha gente entiende que la caída de los precios es algo malo; nadie
quiere convertirse en Japón, que brega contra la deflación desde la
década de 1990. Lo que no se entiende tanto es que el cero no es una
línea roja: una economía con un 0,5% de inflación tendrá muchos
problemas en común con una economía con un 0,5% de deflación.
Esa es la
razón por la cual el FMI advertía de que la “bajaflación” está poniendo a
Europa en peligro de un estancamiento a la japonesa, incluso si no hay
(todavía) deflación en un sentido literal.
Resulta que la inflación moderada viene bien para algunos objetivos
útiles. Es buena para los deudores y, en consecuencia, positiva para la
economía en su conjunto cuando un exceso de deuda lastra el crecimiento y
la creación de empleo.
Anima a la gente a gastar en vez de a guardarse
el dinero, lo cual también es algo bueno para una economía deprimida. Y
puede actuar como una especie de lubricante económico que haga más fácil
ajustar los salarios y los precios ante la inestabilidad de la demanda.
Ahora bien, ¿cuánta inflación es conveniente? La europea está por
debajo del 1%, lo cual, claramente, es demasiado baja, y la de Estados
Unidos tampoco es mucho más alta. ¿Pero bastaría con volver al 2%, el
objetivo de inflación oficial tanto en Europa como en Estados Unidos?
Casi con total seguridad, no. (...)
Es más, como muestra el último informe del FMI, hay pruebas sólidas
de que los cambios en la economía mundial están acentuando la tendencia
de los inversores a acumular efectivo en vez de poner el dinero a
trabajar, aumentando de este modo el riesgo de que se produzcan trampas
de liquidez a menos que se alcance el objetivo de inflación. Pero el
informe no se atreve a decirlo abiertamente en ningún momento.
Por tanto, ¿qué impide decir lo obvio? Una respuesta es que a la
gente seria le gusta demostrar su seriedad instando (a otros,
naturalmente) a tomar decisiones difíciles y a sacrificarse. Aborrecen
que se les dé respuestas que no supongan más sufrimiento.
Y uno sospecha que detrás de esta actitud hay un sesgo de clase. A
menudo, a hacer lo que hizo Estados Unidos después de la Segunda Guerra
Mundial —utilizar los tipos de interés bajos y la inflación para
aligerar la carga de la deuda— se le llama “represión financiera”, lo
cual suena mal.
Pero ¿quién no preferiría algo de inflación y un pequeño
desgaste de los activos al desempleo masivo? (...)
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