"A lo largo de los últimos meses, he leído varias valoraciones
optimistas sobre las perspectivas de Europa. Curiosamente, sin embargo,
ninguna de estas valoraciones sostiene que la fórmula de redención a
través del sufrimiento dictada por Alemania para Europa tenga alguna
posibilidad de funcionar.
En lugar de eso, el motivo del optimismo es
que el fracaso —en concreto, la ruptura de la zona euro— sería un
desastre para todos, incluidos los alemanes, y que al final esta
perspectiva inducirá a los dirigentes europeos a hacer lo que haga falta
para resolver la situación.
Espero que este argumento sea acertado. (...)
La cuestión es que la perspectiva del desastre, por evidente que sea,
no es ninguna garantía de que los países vayan a hacer lo que hace
falta para evitar ese desastre. Y esto es especialmente cierto cuando el
orgullo y los prejuicios hacen que los dirigentes no estén dispuestos a
ver lo que debería ser obvio.
Lo que me lleva de nuevo a la extremadamente difícil situación económica de Europa.
Resulta un tanto chocante, incluso para aquellos de nosotros que
hemos estado siguiendo la historia desde el principio, caer en la cuenta
de que han pasado más de dos años desde que los dirigentes europeos se
comprometieron con su actual estrategia económica, una estrategia basada
en la idea de que la austeridad fiscal y la “devaluación interna”
(esencialmente, bajadas de los salarios) resolverían los problemas de
los países deudores.
En todo este tiempo, la estrategia no ha producido
ninguna historia de éxito; lo más que pueden hacer los defensores de la
ortodoxia es señalar un par de pequeños países bálticos que han
experimentado pequeñas recuperaciones parciales de sus depresiones
económicas, pero que siguen siendo mucho más pobres de lo que lo eran
antes de la crisis. (...)
¿Qué haría falta para salvar realmente la moneda única de Europa? La
respuesta, casi con seguridad, tendría que abarcar tanto grandes compras
de bonos del Estado por parte del BCE como la disposición manifiesta de
este banco central a aceptar una tasa de inflación un poco más alta.
Incluso con estas políticas, una gran parte de Europa se enfrentaría a
la perspectiva de años de paro muy elevado. Pero al menos habría una
senda de recuperación a la vista.
Sin embargo, es muy, muy difícil imaginar cómo podría producirse un cambio político así.
Una parte del problema radica en el hecho de que los políticos
alemanes se han pasado los dos últimos años diciéndoles a los votantes
algo que no es cierto; concretamente, que la crisis es culpa de los
Gobiernos irresponsables del sur de Europa.
En España —que es ahora el
epicentro de la crisis— el Gobierno tenía en realidad poca deuda y
superávits presupuestarios justo antes de la crisis; si el país está
ahora en crisis, esto es consecuencia de una inmensa burbuja
inmobiliaria que los bancos de toda Europa, entre ellos especialmente
los alemanes, ayudaron a inflar. Pero ahora, esa historia falsa se
interpone en el camino de cualquier solución viable.
Pero los votantes mal informados no son el único problema; ni
siquiera la opinión de la élite europea ha afrontado todavía la
realidad. Si leemos los últimos informes de las instituciones “expertas”
con sede en Europa, como el que publicó la semana pasada el Banco de
Pagos Internacionales, tenemos la impresión de entrar en un universo
paralelo, uno en el que ni las lecciones de la historia ni las leyes de
la aritmética son válidas; un universo en el que la austeridad aún
podría funcionar si la gente tuviese fe y en el que todo el mundo puede
recortar el gasto al mismo tiempo sin provocar una depresión.
De modo que ¿se salvará Europa a sí misma? Hay muchísimo en juego y
los líderes europeos no son, en general, ni malvados ni estúpidos. Pero
lo mismo podría haberse dicho, lo crean o no, de los dirigentes europeos
en 1914. Solo podemos esperar que esta vez sea diferente." (
Paul Krugman
, El País, 8 JUL 2012 )
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