"(...) El manirroto y desprendido Estados Unidos está experimentando una
recuperación sólida, una realidad reflejada en el enérgico discurso
sobre el Estado de la Unión del presidente Obama.
Mientras tanto, la
virtuosa Europa se hunde cada vez más en las arenas movidizas de la
deflación; todo el mundo confía en que las nuevas medidas monetarias
anunciadas el jueves rompan la espiral descendente, pero nadie que yo
conozca espera realmente que sean suficientes. (...)
Por otra parte, Europa —o, más concretamente, la zona euro, es decir,
los 18 países que comparten una moneda común— se ha equivocado
prácticamente en todo. En el aspecto fiscal, Europa nunca ha aplicado
muchos estímulos, y se ha apresurado a volver a la austeridad —con
recortes de gastos y, en menor medida, aumentos de los impuestos— a
pesar del elevado desempleo.
En el aspecto monetario, los funcionarios
se han dedicado a combatir la amenaza imaginaria de la inflación, y han
tardado años en reconocer que la amenaza real era la deflación. (...)
En cierta medida, el giro hacia la austeridad reflejaba la debilidad
institucional: en Estados Unidos, programas federales como la Seguridad
Social, Medicare y los vales de alimentos contribuyeron a dar apoyo a
estados como Florida, donde el desplome del mercado inmobiliario fue
especialmente grave, mientas que países europeos que atravesaban apuros
similares, como España, quedaban a su suerte.
Pero la austeridad europea
también reflejaba la obstinación en hacer un diagnóstico erróneo de la
situación. En Europa, como en Estados Unidos, los excesos que
desembocaron en la crisis afectaban abrumadoramente más a la deuda
privada que a la pública, con Grecia como principal anomalía.
Pero los
altos cargos de Berlín y Bruselas decidieron hacer caso omiso de la
evidencia y se decantaron por una narrativa que atribuía toda la culpa a
los déficits presupuestarios, y, al mismo tiempo, negaron las pruebas e
insinuaron —con razón— que intentar atajar los déficits en una economía
deprimida agravaría la depresión.
Mientras tanto, en 2011 los gobernadores de los bancos centrales
europeos decidieron preocuparse por la inflación y subir los tipos de
interés, incluso cuando era obvio que era una estupidez hacerlo. Es
cierto que ha habido un repunte de la inflación general, pero las
medidas de la inflación subyacente eran demasiado bajas, y no demasiado
altas. (...)
La política monetaria mejoró mucho después de que Mario Draghi se
convirtiese en presidente del Banco Central Europeo a finales de 2011.(...)
Es más, tiene que actuar con una mano atada a la espalda, porque
Alemania sigue oponiéndose terminantemente a cualquier cosa que pueda
hacer la vida más fácil a los países endeudados.
Lo terrible es que la economía europea se ha hundido en nombre de la
responsabilidad. Es cierto que ha habido épocas en las que ser fuerte
significaba reducir los déficits y resistir la tentación de emitir
moneda. Sin embargo, en una economía deprimida, la fijación con el
equilibrio presupuestario y la obsesión por la moneda fuerte son
profundamente irresponsables.
No solo son perjudiciales para la economía
a corto plazo, sino que pueden —y en Europa así lo han hecho- infligir
daños a largo plazo, menoscabando el potencial de la economía y
llevándola a una trampa deflacionaria de la que es muy difícil escapar.
Tampoco fue un error inocente. Lo que me sorprende de los arcontes
europeos de la austeridad, de sus decanos de la deflación, es su
autocomplacencia. Se sentían cómodos, tanto emocional como
políticamente, exigiendo sacrificios (a otros) en un momento en el que
el mundo necesitaba más gasto. Todos ellos han sido demasiado propensos a
pasar por alto la evidencia de que se estaban equivocando. Y Europa
seguirá pagando el precio de su autocomplacencia durante los próximos
años, o quizá décadas."
(Soledad Gallego-Díaz , El País,
25 ENE 2015)
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