"Pensar en Alemania no me quita el sueño. Pero, tras la reciente
reafirmación de su poder en la eurozona, en particular en la noche del
infernal paseo al borde del abismo del Grexita mediados de julio, no soy
el único que empieza a notar las punzadas del insomnio. (...)
Hay que recordar que, en la noche de los insultos largos en
Bruselas, Alemania representaba también a varios Estados más pequeños
del norte y el nordeste de Europa. Al lado de algunos de sus dirigentes,
el ministro alemán Wolfgang Schäuble es un blando.
Por otra parte, no
vamos a esperar que una Alemania unida, la mayor potencia de Europa,
actúe como la vieja Alemania Occidental de hace 40 años, sobre todo
cuando se le pide que aporte más de miles de millones de euros para una
política en la que no cree la mayoría de sus ciudadanos.
Las humillantes demandas presentadas a Grecia y el estilo en que se
hicieron escandalizaron a muchos socios y amigos. Sin embargo, dentro de
Alemania, aunque algunos personajes importantes como Jürgen Habermas y
Joschka Fischer dieron señales de alarma, la línea dura de Schäuble
contaba con amplio respaldo. (...)
El ministro Schäuble es uno de los políticos más notables que
conozco. Ya era impresionante de joven, a la derecha de Helmut Kohl,
negociando la unificación alemana y defendiendo la unidad europea.
Pero
haberse mantenido en la más alta política durante un cuarto de siglo,
pese al intento de asesinato que le dejó en una silla de ruedas; cumplir
un horario que agotaría a un deportista olímpico el doble de joven, y
conservando el entusiasmo intelectual y el buen humor combativo, es una
hazaña extraordinaria, una muestra de virtud en su sentido original, la
mezcla de moral y fuerza.
Y además es siempre una de las voces más
europeístas en la política alemana. Sin embargo, la entrevista que dio a
la revista Der Spiegel tras el horror de Bruselas fue extraña y
preocupante.
A pesar de insistir en que la unidad monetaria necesita el
complemento de una unidad política, para lo que en su día habrá que
cambiar los tratados europeos, Schäuble es totalmente inflexible sobre
Grecia. Asegura que su receta de austeridad no tenía nada de malo: “El
problema es que, en estos cinco años, no han seguido el tratamiento tal
como se les recetó”. En cuanto a la quita de la deuda, que el FMI
considera esencial: “No es posible una quita dentro de la unión
monetaria. Los tratados europeos no lo permiten”. Y ya está.
Al
preguntarse por qué es tan duro con Grecia, explica, según la versión
inglesa de la entrevista: “Mi abuela decía que la benevolencia es el
preludio del libertinaje”. No me parece bien que la sabiduría popular de
la abuela del señor Schäuble sea el hilo del que pende el futuro de
Europa.
Las virtudes personales, la voluntad política y el respeto a la
ley son cualidades admirables que el ministro alemán de Finanzas
defiende y encarna; pero, a la hora de la verdad, lo que importa es qué
cosas se pueden hacer. Los economistas dicen muchas tonterías, pero las
realidades económicas existen. Hay cosas que son posibles y otras que
no. Por ejemplo: Grecia no puede pagar sus deudas. (...)
En todas partes se está debatiendo cuál es la mejor forma de que las
cosas salgan bien. ¿También dentro de Alemania? Quizá me equivoque, pero
me da la impresión de que no. (...)
A veces, sin embargo, ese consenso puede ser excesivo, y lo que veo
hoy en Alemania es casi un pensamiento único. Antes de que un economista
alemán abra la boca, ya se sabe lo que va a decir sobre la eurozona.
Las excepciones son muy escasas. Los medios de comunicación compensan
esa situación con enérgicas voces llevadas de fuera.
El semanario
liberal Die Zeit, por ejemplo, publicó una entrevista en la que Thomas
Piketty decía que Alemania era “el máximo ejemplo de país que nunca ha
pagado sus deudas públicas. Ni tras la I Guerra Mundial ni tras la II
Guerra Mundial”.
Pero este tipo de provocaciones no basta para acallar
el abrumador consenso nacional. Estaría bien que hubiera algo más de
controversia basada en datos; no un sectarismo disfuncional, sino una
buena muestra de democracia deliberativa.
No es que falten pensadores alemanes independientes y de talento,
jóvenes y viejos. Es que muchos están o callados y esperando a que
amaine la tormenta o viviendo y trabajando en el extranjero. (...)
No tengo ningún deseo de perder a ninguno de mis brillantes colegas y
alumnos alemanes, pero creo que a su país no le vendría mal que
volvieran unos cuantos, acompañados del correspondiente debate
constructivo." (
Timothy Garton Ash
, El País, 30 JUL 2015)
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