" Hace
seis meses, un experto me dijo que era “absolutamente claro” que el
Reino Unido no iba a abandonar la Unión Europea. Con “experto” quiero
decir uno formado en Cambridge y ahora jefe de un think tank
al que consultan ávidamente políticos y periodistas. Muy probablemente,
el hombre ni siquiera conocía a nadie dispuesto a votar en favor del
Brexit. (...)
Hace
un mes, siendo yo un activista en favor de permanecer en el UE, un
coordinador de campaña me dijo que el local al que iba a hacer
proselitismo estaría atestado de partidarios de la permanencia, porque
el grueso de los allí presentes eran votantes del Partido Laborista y,
por lo tanto, partidarios de seguir en la UE. Con lo que me encontré es
con una gran mayoría de la audiencia partidaria del Brexit.
Odio
decirlo, pero lo cierto es que estas dos anécdotas son parte de una
imagen de conjunto que viene a confirmar el mensaje de Nigel Farage,
según el cual la campaña de la permanencia estaba dirigida por una
“élite metropolitana” incapaz de entender a la gente normal.
Una y otra vez, la campaña por la permanencia en la UE lanzó mensajes que carecían de todo sentido para la gente del común:
- Decir a la gente que sus puestos de trabajo están amenazados no es ninguna novedad para quien se halla constantemente bajo la amenaza de que su contrato no sea renovado, de no tener horas de trabajo la semana que viene, y cuyo empleo apenas le deja un poco mejor que si viviera del paro.
- Decir a la gente que los precios podrían dispararse no es ninguna novedad para gentes que han visto dispararse sus alquileres hasta niveles totalmente desproporcionados en relación con sus ingresos.
- Decir que los derechos de los trabajadores están amenazados no dice nada nuevo a quien, de todas formas, ha visto ya convertidos sus derechos en papel mojado.
- Y decirle a la gente que los líderes empresariales, los dirigentes políticos, los mejores economistas y las grandes celebridades quieren seguir en la UE no es sino avalar el relato de que los ricos y los poderosos son quienes se han beneficiado de estar en la UE a expensas del resto de nosotros.
A
veces me entrenía observando a mis compañeros de campaña, esos
activistas de clase media que no conseguían persuadir a las gentes de la
clase obrera. Y no podía evitar acordarme de la célebre canción Common People de los Pulps: esas gentes del común que “jamás entenderán cómo se siente uno viviendo la propia vida, una vida sin sentido y sin control, y sin tener adonde ir”.
A
veces, esa incomprensión les llevaba al enojo: como aquellos, cuyo
esnobismo educativo y cultural en Twitter puede apreciarse en el hashtag
“#cosasqueestanbienbrexit”, destinado a burlarse de la gente que “dice
que los inmigrantes deberían ´hablar inglés’, cuando ellos ni siquiera
pueden expresar o construir una oración correctamente”.
A burlarse del
”Expresso, de los carteles decorativos sobre vinos y/o amigos, de las
fotografías impresas, del queso chédar suave y del programa basura
televisivo] This Morning”.
Millones
de gentes del común tienen buenas razones para creer que las élites
empresariales, políticas y mediáticas los ven con desprecio. Quienes,
desde la izquierda política, se ven a sí mismos como los campeones de la
clase obrera y hablan de “falsa consciencia” (que se traduce por:
“estupidez y prejuicio que yo he conseguido superar”) no hacen sino
revelar su propia estupidez y sus propios prejuicios.
Hay una ubicua
cultura empresarial que distingue entre “la gente que cuenta, el talento
superior”, y el resto de la fuerza de trabajo, clientes y comunidad.
Pero en las pasadas semanas las élites han demostrado una vez más que no
siempre disciernen mejor: que el talento superior no siempre es
superior.
Ha llegado la hora de que las élites metropolitanas abandonen
sus prejuicios, presten oídos, cierren el pico y se comprometan con la
“gente normal y corriente” como iguales. Como si contaran." ( Duncan Exley, Sin Permiso, 26/06/16)
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