"(...) ¿Tenía que pasar?
Absolutamente. Estaba tan previsto que desde hace tres años he estado
coordinando una investigación sobre las crisis europeas, incluyendo la
crisis de legitimidad con un grupo de investigadores europeos con John
Thompson de Cambridge y Michel Wieviorka de Paris.
Una de mis
previsiones era que si se hacían referéndums, en particular en el Reino
Unido, habría una crisis institucional. El Brexit es la expresión
concreta del hartazgo de los sectores populares con una eurocracia cada
vez más arrogante y autoritaria. Es la hora del fuego, aunque está por
ver si purificador o destructor. (...)
¿Qué se ha hecho mal? ¿Se va hacia la desintegración del proyecto europeo?
Lo único cierto en estos momentos es la incertidumbre, pero eso ya es
mucho en cuestiones que ya se consideraban resueltas, como es la
integración europea. El proyecto europeo tiene un defecto de origen: el
déficit democrático.
Es un proyecto de las élites políticas y económicas
en el que no se ha integrado ni las necesidades específicas de sectores
populares, ni fórmulas de representación política efectiva, ni la
construcción de una identidad europea reconocida como común.
Y también
hay problemas de diseño increíbles, como el de un euro insostenible.
¿Cómo puede hacerse una moneda común sin una política fiscal común, un
régimen bancario común y enormes diferencias de productividad entre los
países?
Cuando todo va más o menos bien, no molesta ser europeo, pero cuando
hay crisis económica y hay que ayudar o repartir, o cuando hay crisis
de refugiados de guerra, cada país se atrinchera en lo suyo. Los
ciudadanos del mundo con una posición dominante son los que se lo pueden
permitir. Los que se encuentran superados por la globalización y la
supranacionalidad buscan recuperar los pocos mecanismos de control
político que tienen en el marco del Estado nacional.
¿Podrá reinventarse? ¿Qué ha de hacerse para corregir esta situación?
Europa sólo sobrevivirá con un proceso de relegitimación democrática y
construcción institucional de abajo a arriba. El Parlamento europeo
tiene que ser central y mucho más representativo. Los grandes países
como Alemania y Francia tienen que ser limitados en su hegemonía. Las
políticas de solidaridad tienen que complementar las políticas de
crecimiento.
Y hay que decidir si se trata de una federación europea o
simplemente de un mercado común y una alianza estratégica de estados que
conservan sus prerrogativas. Lo primero, que sería deseable en mi
opinión, sólo puede hacerse mediante un proceso lento de construcción de
una identidad europea que, sin eliminar las identidades nacionales,
sustente mecanismos de solidaridad sobre bases de consenso.
Y los
referéndums, tan denostados ahora, deben utilizarse como consultas no
vinculantes para tomar el pulso de la opinión ciudadana. (...)
¿Cómo imagina esa Unión Europea que puede renacer de las cenizas de Sant Joan?
Un Estado-red que no sea supranacional, sino co-nacional y asentado
en políticas de solidaridad social y entre países, así como en procesos
de construcción de una identidad europea que complemente sin subordinar
las identidades nacionales.
Mediante políticas como el programa Erasmus,
integración de medios de comunicación, enseñanza de las lenguas
europeas, un Schengen reforzado completado con un sistema de seguridad
inteligente, una cultura digital compartida, redes culturales europeas,
música pan-europea, torneos deportivos pan-europeos, vacaciones
infantiles y turismo tercera edad por toda Europa.
Asimismo, redes de
ciudades con poderes de deliberación más allá de las instituciones
nacionales. Sistemas de participación ciudadana por Internet, incluidas
consultas y voto por Internet.
Como usted dice, la política son emociones y el miedo se ha instalado en la conciencia de los ciudadanos, y no sólo en Europa…
Efectivamente, el miedo es la más potente y la más negativa de las
emociones humanas. A lo que añadiré que son los europeístas y las élites
quienes más practican la política del miedo. De hecho, impusieron la
política de hechos consumados, como el euro, y luego amenazaron con toda
clase de posibles catástrofes si los países o los ciudadanos querían
invertir el proceso.
A los partidarios del Brexit se les amenazó con una
catástrofe económica, como se hizo con Syriza cuando los griegos
desafiaron a Merkel. Esa política del miedo funciona a corto plazo, como
ha ocurrido en las elecciones españolas.
Pero someter a la gente en
contra de su voluntad genera explosiones, como ocurrió con el Brexit en
la noche de San Juan. Sobre todo cuando llega el Brexit y no pasa nada
en la vida cotidiana de la gente.
Es un fenómeno que no sólo afecta a Europa. En el mundo
occidental hay creciente sentimiento antiestablishment. En Estados
Unidos, la candidatura de Donald Trump y el pulso que ha mantenido hasta
el final Bernie Sanders con Hillary Clinton por la nominación es un
claro exponente de ello...
Tiene toda la razón. El anti Unión Europea es una modalidad de un
fenómeno más amplio y más profundo: la rebelión de las masas contra el
establishment porque ya no se reconoce su legitimidad política. Sanders
le disputó la nominación a Clinton con el apoyo de los veteranos de
Occupy Wall Street.
Y Trump puede llegar a presidente con el apoyo de la
ola de indignación de los sectores populares, marginados por un
capitalismo global que es cada vez menos productivo y más basado en la
especulación financiera, con niveles de desigualdad social nunca
conocidos hasta ahora, como demostro Piketty.
Un ejemplo paradigmático
es la resolución del juez europeo contra la querella de los afectados
por las hipotecas leoninas de España, dándoles la razón como estafados
por los bancos, pero absolviendo a la banca de la obligación de pagar lo
que estafaron porque la estafa es de tal magnitud que, según la
justicia europea, crearía graves desequilibrios macroeconómicos.
Macroeconomía europea contra las necesidades de la gente: ese es el
fundamento del antieuropeísmo popular.
La globalización, ¿cómo ha podido influir?
La Unión Europea es, para los pueblos de Europa, la expresión
concreta de la globalización y la supranacionalidad. Por tanto, la
resistencia a una globalización injusta toma la forma de una
movilización contra esta Europa injusta, no contra una Europa de
solidaridad.(...)" (Manuel Castells, La Vanguardia, 20/07/16)
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