30.9.16

El crecimiento de la extrema derecha se basa en la promesa de seguridad que ofrecen a los sectores desprotegidos de la sociedad. La izquierda debe imponer las suyas

"El crecimiento de la extrema derecha se basa, a mi juicio, en la promesa de seguridad que ofrecen a los sectores desprotegidos de una sociedad. Es así como estos proyectos clasistas y xenófobos han conseguido atraer no sólo a la clase trabajadora, perdedora directa de la globalización, sino también a las auto percibidas clases medias, víctimas adicionales de la globalización y la crisis.
Desde el punto de vista teórico, esto es coherente. (...)

Y he aquí la verdadera disputa de nuestro tiempo, a saber, la de qué proyecto político será capaz de articular propuestas de seguridad no basadas en las posiciones de la extrema derecha sino en los valores y principios de la izquierda.

 O, por decirlo de otro modo, qué proyecto político será capaz de crear una alternativa creíble que proporcione seguridad, entendida en su concepción civil y no militar, a la clase trabajadora y, por ende, a la mayoría de la población. La pregunta es obvia: ¿cómo hacerlo? (...)

 Parece obvio, sin crisis económica no hubiera existido el 15M. Pero este movimiento, a su vez, permitió canalizar la frustración y rabia de la gente en una dirección de izquierdas, gracias al esfuerzo de mucha gente por explicar la crisis desde esta perspectiva, y evitó que dichas emociones se cebaran con sectores aún más desprotegidos como son, por ejemplo, los inmigrantes.  (...)

Expliquémoslo. Lo que la indignación del 15M refleja es una crítica difusa y poco consciente al sistema, entendido casi de un modo holístico (abarcando desde lo económico hasta lo político).

 Pero es evidente que detrás de esa indignación se encuentran hondas quejas sobre las condiciones materiales de vida, tanto de la clase trabajadora más popular (y más despolitizada) como de la autopercibida clase media que sufre el desvanecimiento de sus sueños de pequeña burguesía. (...)

Pues bien, esa difusa y poco concreta indignación ha conectado mucho mejor con los mensajes políticos que impugnaban el sistema político y económico y que, además, lo hacían mediante discursos entendibles por la gran masa. Una combinación de contenido duro/rupturista con un discurso claro/entendible. (...)

Es en la vida cotidiana y, sobre todo, en el conflicto, donde se genera la subjetividad o conciencia de clase que permite sumar fuerzas para ganar elecciones y para transformar la sociedad. Y es verdad que la vida cotidiana se ve afectada también por las decisiones institucionales, de ahí que reconozcamos su papel transformador, pero sobre todo por vivencias que van más allá del sistema político en sí. 

Aquí es donde podemos recuperar una de las correctas afirmaciones de Pablo Iglesias que, a mi juicio, es muy necesaria: «la clave es politizar el dolor». Como decía, es en el conflicto social (sea un desahucio, un ERE o los recortes en sanidad y pensiones) donde emergen las contradicciones más agudas entre el sistema económico y la vida misma, y es precisamente ahí donde pueden surgir nuevas subjetividades, es decir, nuevas concepciones del mundo y nuevos comportamientos electorales. El punto central aquí es entender qué significa politizar. 

 Ya sabemos que la gente tiene dolor, como consecuencia del conflicto. Ahora bien, politizar puede entenderse como el desplazamiento de ese dolor al terreno institucional, como cuando el partido opera como simple denunciante o incluso en tanto que, permítaseme el comentario, abogado defensor.

 O podría interpretarse politizar como el proceso por el cual el dolor, que es primario, se convierte en compromiso político, es decir, que asciende hasta la conciencia completa del fenómeno que causa el dolor. A mi juicio, esta última interpretación sería la correcta mientras que la primera sería caer en un error de institucionalización. 

En definitiva, a mi no me parece suficiente ser altavoz de las denuncias surgidas en los conflictos sino que hemos de ser intelectual orgánico para explicar las causas últimas de esos conflictos. Es decir, no se trata sólo de trasladar lo que sucede en la calle al parlamento –que es, de por si, un avance- sino de ir más allá y, además de ser el conflicto mismo, ser capaces de explicar a los afectados y al resto de la clase trabajadora que detrás del fenómeno del conflicto hay una interrelación compleja de causas y responsables que tienen que ver con el sistema económico capitalista y con su cristalización política en los partidos del régimen.  (...)

Obsérvese que en nuestro país ya hemos presenciado ejemplos de estas prácticas. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, por ejemplo, no es sólo la autoorganización de las víctimas de los desahucios y las estafas hipotecarias. 

Más bien es un proyecto de defensa popular que ha contado con dirigentes que han sabido ser conflicto y al mismo tiempo explicar sus causas de tal forma que la rabia de la víctima se elevaba a compromiso político –aunque este compromiso no fuese estrictamente socialista. 

Finalmente, el punto de fuga de todas estas reflexiones nos conduce a la cuestión verdaderamente central: el proyecto político o proyecto de país. Sin un proyecto de país, que es fundamentalmente contenido político, no hay nada que transmitir en el conflicto ni nada que transmitir tampoco en las instituciones. 

Sin un proyecto de este tipo todos estos debates son estériles. Incluso podríamos haber aceptado que las instituciones son altavoces y que la clave está ahí fuera, pero sin un proyecto de país que defender no hay coherencia ni estrategia posible. 

Así, mientras la extrema derecha está ofreciendo una respuesta a las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora, y desgraciadamente con notable éxito, la izquierda anda entretenida en discusiones escolásticas sobre instrumentos y estrategias que provocan que la clase trabajadora y el conjunto de la sociedad no esté entendiendo qué se les ofrece (más allá, en el mejor de los casos, de canalizar su rabia; por supuesto, efímera sensación). 

(...) la clave de afrontar victoriosamente nuestros retos puede reducirse a los siguientes elementos: proyecto político y conflicto social. 

(...)  poner en lo más alto aquello que más importa, es decir, el contenido político que ofrece soluciones concretas a la vida de la clase trabajadora y del pueblo en su conjunto. Eso implica, obviamente, definir y hablar claro; sonar duro y diferente. 

Y con ese proyecto en la mano, hemos de ser y estar en el conflicto, explicando y haciendo proselitismo para una causa que merece la pena. Yo la llamo socialismo, pero estoy dispuesto a discutir el nombre a condición de que haya praxis."        (Alberto Garzón Espinosa ,eldiario.es, en Rebelión, 26-09-16)

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