30.9.16

¿Porqué los pobres votan a la derecha?

"(...) ¿Porqué los pobres votan a la derecha?, se pregunta Thomas Frank desde el título mismo de su libro. ¿Por qué enormes sectores de votantes “pobres” apoyan a sus enemigos de clase, a aquellos que reducen los impuestos de los ricos y acaban con las políticas y los servicios sociales que les ayudarían, a los pobres, a sobrellevar sus situaciones de pobreza y precariedad?

Frank explica, en parte, esta paradoja –que no es solo americana– por la “inseguridad económica desencadenada por el nuevo capitalismo, que ha conducido a una parte del proletariado y de las clases medias a buscar la seguridad en otra parte, en un universo moral” más claro y seguro –por cuanto hunde sus raíces en tradiciones heredadas y fuertemente consolidadas en el imaginario popular– que el que ofrecen sus representantes objetivamente más cercanos. 

Es decir, que es en el terreno de los “valores” en donde han ganado la batalla; y al analizar lo que ha pasado en Gran Bretaña con el Brexit, o lo que sucede en Francia con el Frente Nacional, o la campaña de los republicanos o de Donald Trump en USA, parece que no va tan desencaminado.

Sin embargo, en España hoy no es esa la razón fundamental, sino que la explicación del fenómeno, tal como le escuché decir recientemente a Antón Losada en una mesa sobre la situación política actual y las posibilidades de cambio en Galicia este septiembre, las causas de la hegemonía de la derecha en su comunidad y en el resto del estado son dos: en primer lugar, la unidad del bloque conservador, en el que la aparente disidencia de Ciudadanos, como se ha comprobado, ha sido apenas un espejismo; y en el que, cuando realmente se les necesita, tanto la antigua Convergencia, como el PNV, acuden puntualmente al rescate (véanse sus trayectorias en el Congreso). 

Luego está la claridad del mensaje político, económico y social transmitido por el PP y sus adláteres, un mensaje claro tanto en su formulación como en los fundamentos ideológicos sobre el que se construye.

Todo esto frente a un bloque de izquierdas dividido y fragmentado, que, además, no tiene ningún discurso claro, ni tampoco un mensaje creíble, factible y homogéneo (no uniforme, pero sí, al menos, homogéneo) que transmitir a esa mayoría social que determina los vaivenes electorales y marca el éxito o el fracaso de las políticas económicas y sociales. 

 Pues lo que hay, por lo común, son propuestas aquí y allá, según los territorios, diversas y dispares, matices sin cuento, contradicciones flagrantes, miedos naturales o infundados, junto a alegrías populistas, que se entremezclan e impugnan entre sí, hasta confundir y disuadir a los potenciales receptores de sus mensajes; y no digamos nada sobre los cimientos ideológicos sobre los que este potpurrí se levanta: ninguno o variadísimos, según se vea; pues a los cimientos neoliberales sobre los que se construye el mensaje del bloque de derechas –y, tal como sostiene David Harvey, el neoliberalismo es un auténtico proyecto político, en realidad, el único proyecto político que hay hoy sobre el tablero social y político internacional– ¿qué cimientos, qué proyecto opone la izquierda?, ¿un neoliberalismo de “rostro humano” o un keynesianismo descafeinado, en el mejor de los casos, como quiere el PSOE?, ¿un keynesianismo más radical o una “democracia económica”, al estilo del profesor David Schweickart, o un proyecto inclinado a las estrategias políticas y sociales previstas por Ernesto Laclau, como quieren otros sectores cercanos a IU o del entramado Podemos?; ¿o quizás algo semejante al de la vieja socialdemocracia nórdica y alemana?; ¿o, por el contrario, recetas socialistas clásicas?, ¿o comunistas?, ¿o libertarias?, ¿o radicales, o menos radicales, o adaptadas a las coordenadas de la política europea e internacional, o audazmente rupturistas…? ¿Y respecto de Europa, por cierto, cuál es el mensaje…? En fin, mejor dejarlo (¿o no?) 

Hace unos días, un buen amigo valenciano y excelente a analista de la realidad, resumía la cuestión, a la pata la llana, en estos términos: en España hay aproximadamente veinte millones de potenciales trabajadores, quince o dieciséis trabajan, de los que trabajan, cinco o seis millones viven en la pobreza precaria, y el resto, unos diez u once millones, ganan salarios que les permiten vivir, a unos más y a otros menos, razonablemente bien; esos diez u once millones bloquean cualquier posibilidad de cambio radical; teniendo en cuenta que de los otros, de los pobres precarios, una buena parte o no votan o ni siquiera son activos social y políticamente, ¿qué se puede esperar?

Se pueden matizar y afinar las cifras y consideraciones, pero, me temo que por ahí van las cosas. Esa masa de trabajadores que aún mantienen un cierto “nivel de vida”, que suplen todavía el deterioro y desmantelamiento de los servicios públicos y del estado del bienestar mediante la apelación a servicios privados compensatorios, hacen sus cuentas y “virgencita mía que me quede como estoy”; y no es que sean gilipollas o no tengan conciencia de lo que pasa, pues la tienen y muy clarita. No es eso, y no entenderlo desde determinados sectores izquierdistas poco atentos a la realidad real, o infantilizados, es fatal.

Los mismos sectores en los que se da, a menudo, esa especie de “simulación de confrontación”, en la que el melancólico papel del “eterno perdedor” no sería otra cosa que una auténtica zona de confort existencial desde la que defenderse de la frustración que nos embarga.

 De ahí mi aversión a la necia mitificación y mistificación del perdedor entre nuestras filas. En el arte y en la realidad, odio la figura del perdedor por vocación, pues así nos quieren y así nos han convencido de que tenemos que ser. Y algunos lo han interiorizado tanto que ya no saben ni ganar, cuando lo pueden hacer, ni reconocer la victoria, cuando la han alcanzado.  (...)

Unidos Podemos, o lo que dé en los distintos territorios, o a escala estatal, es “un espacio político con enorme potencial de transformación”, tal como afirmó Alberto Garzón en su carta a los militantes de IU, tras comprobar su desafección a la fórmula pactada con Pablo Iglesias. Y es verdad, y es justo esa otra parte de la organización de IU, representada por él, esa parte que ha sabido leer la nueva realidad  (...)

Como destaca Ricardo Martín Santos en uno de los más certeros análisis que he leído, en Viento Sur, “Cambio de ciclo, nuevas hipótesis, nuevas oportunidades”, esta aparente derrota de Unidos Podemos puede convertirse –si sabemos digerirla, y manejar sus efectos con calma y convenientemente– en una verdadera oportunidad de cambio hacia escenarios muy diferentes a los actuales e insospechados a lo largo de los próximos años. 

Si lo logramos, o si al menos vamos en esa dirección, el 26J no habrá sido más que un punto de inflexión hacia algo realmente nuevo. Algo que no abrirá el camino a una revolución, pero sí a una sacudida del sistema que abrirá grietas y fisuras irrestañables en sus pilares. 

Por lo demás, y aunque no se comparta lo dicho hasta aquí, sí es sencillo de entender que es propio de necios castigarse a uno mismo, creyendo que así castigas a tu verdugo. Eso por si el día de Navidad tenemos que ir a votar con las panderetas y las zambombas en la mano."              (Matías Escalera Cordero , Rebelión, 28/09/16)

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