"Todo bloque histórico u orden constituido -señalaba Antonio Gramsci-, se
apoya no solo en la violencia o la capacidad coercitiva de la clase
dominante sino, también, en la adhesión de los gobernados a la visión
del mundo de la clase dominante.
Esto ocurre -según el pensador italiano- tras un proceso de
vulgarización de la filosofía de la clase dominante creada por grandes
intelectuales afines a ésta. Dicha vulgarización sería, en gran medida,
llevada a cabo por los intelectuales medios que se han dedicado a la
difusión de esta Weltanschauung o hegemonía cultural burguesa [1].
Hoy, podríamos decir que, por poner dos ejemplos ilustres, los
Friedrich Hayek y Milton Friedman actúan como grandes intelectuales de
la clase dominante, creadores de la concepción hegemónica de la vida en
la que estamos insertos.
Intelectuales medios, omnipresentes en
las universidades y los medios de comunicación, se han encargado de
vulgarizar (en el sentido de hacerla asequible para todos los públicos) y
difundir la filosofía de la clase dominante para, de este modo, lograr
que las clases populares se hayan adherido a la causa neoliberal hasta
el punto de convertirla en un sentido común.
Podemos encontrar ejemplos de ello constantemente. Uno de los más
tristemente célebres es el famoso mantra de “habéis vivido por encima de
vuestras posibilidades”. Esto podría considerarse la vulgarización de
un consenso alrededor de las medidas de contracción del gasto público y
la devaluación salarial, y el aumento del desempleo.
Percibidas,
estas políticas económicas y sus efectos, como una consecuencia lógica
de nuestra irresponsabilidad (la de las clases populares) y la de
gobiernos, derrochadores y sostenedores de vagos, de corte socialista.
Hace unos meses, en un capítulo del programa Salvados, dedicado al
concepto tradicional de clase social, y el uso que se hace de él hoy
mediante su simplificación en clase media, podíamos ver ejemplos
ilustrativos al respecto.
El parado, para muchos, se ha
convertido en una lacra social culpable de su situación económica y del
despilfarro de los recursos estatales con la complicidad de los
gobiernos de izquierda.Owen Jones explicaba que hoy
culpabilizamos en horizontal y no en vertical. Nos enfadamos con el
vecino y no con el poderoso, lo que nos lleva a votar en contra de
nuestros intereses económicos.
Veíamos en dicho capítulo como un
ciudadano del distrito madrileño de Villaverde (al que paradójicamente
definía como barrio obrero), que se autodefinía como mileurista y
aseguraba que él y sus vecinos llegan a fin de mes “como podemos”,
defendía el voto al PP porque “es el partido que mejor gestiona la
economía”.
Sostenía también que: “seguimos con ese mito de que la
derecha es de ricos, la izquierda es de pobres”; “ha habido recortes
pero ha sido necesario si queríamos salir de la crisis económica, es un
cuento de la izquierda para hacer ver que la derecha no mira por los
ciudadanos más humildes”; “hay mucha gente que se ha acostumbrado a que papá Estado se lo pague todo”, etc.
Más allá de los errores y las políticas neoliberales implementadas
por los partidos social liberales en toda Europa, en el discurso de este
ciudadano, perteneciente a la clase trabajadora, subyace una clara
adhesión a la visión del mundo de la clase dominante.
La facilidad con
la que se otorgaban créditos o préstamos (medida por la cual se
enriquecía el sector financiero), la falacia de la falsa analogía entre
la economía nacional y la economía doméstica, la llamada al
emprendimiento, etc, eran también argumentos utilizados por otros
representantes de la clase trabajadora, entrevistados en el citado
programa, para justificar los recortes.
Hace un par de días me comentaban que una solución óptima para los
problemas de saturación y otras consecuencias de los recortes en la
sanidad pública, era derivar a los pacientes al ámbito privado. Ante mi
cuestionamiento, el interlocutor -un parado de larga duración- me
respondía, plenamente convencido, que “los ciudadanos nos quejamos
demasiado pero hacemos muy poco”. (...)
Esta conformidad con el discurso hegemónico es evidente en
amplios sectores de la sociedad, no caigamos en el error de pensar que
estos ejemplos son los representantes de una minoría ideologizada de
derechas entre la clase trabajadora.
Se ha construido una nueva moral y
formas de conducta institucionalizadas que obtienen una amplia adhesión
entre las clases populares. Cada día nos acercamos más a la
normalización de aquello de que no hay pobres sino losers.
Gramsci sostenía que para que el proletariado lograse la victoria,
era primordial plantear el problema de la alianza de clases. El
proletariado tenía que conseguir atraer a las demás clases explotadas a
su causa, en especial al campesinado, para así poder conformar un bloque
histórico que consiguiera convertirse en dominante y hegemónico. Para
ello, el papel de los intelectuales era fundamental en la tesis de
Gramsci.
Como se comentaba más arriba, no solo se ha de tener en cuenta
la capacidad coercitiva de la clase dominante sino también su capacidad
para crear una concepción de la vida hegemónica a través, primero, de
grandes intelectuales y después, difundirla al conjunto de la sociedad
mediante su vulgarización por los intelectuales medios.
Para batallar en
el terreno cultural, era básico para Gramsci favorecer la formación de
un grupo de intelectuales que disputase la hegemonía cultural burguesa
o Weltanschauung y, de este modo, apartar al campesinado de la influencia de la filosofía de la clase dominante.
Hoy tenemos la obligación de disputar algo tan necesario para
la lucha y tan maleable como es el sentido común. Si no entendemos lo
decisivo de este campo de batalla, desde luego que no encontraremos la
explicación a los batacazos electorales en nuestra supuesta superioridad
moral. Quizás encontremos un cómodo refugio, eso sí." (Manuel Guerrero Boldó El salmón contracorriente, en Attac Madrid, 28/08/16)
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