"La semana pasada pasó relativamente
desapercibido un cambio de gran calado: el giro populista del Partido
Conservador británico en su Congreso celebrado en Birmingham.
Como señaló Rafael Ramos, autor de una excelente crónica del mismo en La Vanguardia
(6/X/2016), sus workshops “han estado dominados por la xenofobia, el
desprecio al inmigrante, la nostalgia de la Inglaterra imperial y las
ideas más retrógradas. En vez de Regreso al futuro, regreso al pasado”. (...)
May, en un partido internamente dividido,
optó por convertir el Brexit en nuevo eje ideológico con lo que tal
opción comporta: nacionalismo, control de fronteras y flujos
migratorios, proteccionismo y recuperación de un Estado del Bienestar
desmantelado por el thatcherismo.
Sin embargo, no se trata de un Welfare
State de óptica socialdemócrata, sino -por lo que parece- más bien de
carácter lepenista: proporcionar protección de los trabajadores
autóctonos castigados por los efectos de la globalización adoptando
mecanismos del Estado con tintes xenófobos. De este modo, desde el
gobierno se ha propuesto ya que las empresas hagan públicos sus
trabajadores extranjeros y quiere restringir su llegada (con enojo del empresariado), mientras en el censo escolar debe constar por primera vez la nacionalidad de los alumnos y alumnas.
Tal hoja de ruta no es descabellada, en
la medida que May puede obtener réditos políticos claros. ¿La razón? Por
una parte, permite captar el electorado desconcertado del UKIP,
el partido que triunfó en el referéndum al lograr apartar al Reino
Unido de la Unión Europea y cuyo líder -Nigel Farage- abandonó en plena
euforia. Desde entonces estas siglas no logran levantar cabeza (1 y 2).
Por otra parte, puede permitir a los tories competir con los laboristas
entre el electorado obrero o castigado por el paro.
En suma, si Thatcher puso los cimientos
de un conservadurismo que exaltó el neoliberalismo, ahora May ha
decidido refundarlo desde mimbres nacionalpopulistas. Lo ha señalado
claramente al delimitar los peligros nacionales, pues el partido quiere
alzarse “contra la visión cosmopolita de las élites, contra el espíritu
libertario de la derecha y el socialismo de la izquierda”.
Esta evolución política no es excepcional
y refleja una tendencia general: un giro populista por parte de la
derecha que antaño era liberal, neoliberal o conservadora. Lo han
reflejado de distinto modo la evolución del partido de Viktor Orbán,
Fidesz, en Hungría; el Partido Republicano que representa Donald Trump
en Estados Unidos o las incursiones en temas de inmigración y delincuencia que protagoniza Nicolas Sarkozy en su carrera por el liderazgo de la derecha en las elecciones presidenciales del próximo año.
Como telón de fondo, asistimos al auge de
una derecha populista en la que coexisten liberalismo y proteccionismo,
dispuesta a buscar voto obrero y que conforma partidos calificados como
“neoproletarios”: formaciones obreras pero sin socialismo. Trump es
quiza quien mejor encarna esta tendencia: un magnate multimillonario que busca el voto del electorado blanco enojado.
Es un fenómeno que podemos contemplar en los partidos de derecha
populista ya consolidados en Europa, como el Frente Nacional [FN] que
lidera Marine Le Pen o el Partido Popular de Austria [FPÖ] .(...)" (Xavier Casals, Agenda Pública, 12/10/16)
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