"(...) los líderes y organizaciones populistas se han aprovechado de un vacío
ético en el ámbito político para ofrecer al electorado una visión
utópica de un mejor futuro para sus hijos, de una sociedad que les
ofreciera una vida colectiva y personal con más sentido y esperanza. (...)
Si no es para defender el statu quo o defender las posturas
dogmáticas de un partido, generalmente, se tratan los problemas sociales
no como retos existenciales sino como problemas técnicos, que se pueden
resolver con intervenciones científicas. Y se esconden las verdaderas
dificultades de la tolerancia y convivencia detrás de afirmaciones vagas
del pluralismo, diversidad e inclusión, que parecen decir todo y nada a
la vez.
Nuestros representantes muchas veces no se atreven a ofrecer una
defensa propiamente moral de sus políticas públicas, sino que reducen
todo al imperativo casi religioso de incrementar el PIB a toda costa.
La
pobreza de nuestro discurso ético es reforzada por una doctrina de lo
políticamente correcto, que protege ciertas prácticas políticas y
creencias morales en modo absoluto de cualquier crítica, con la excusa
de que los que se oponen al progreso son consumidos por odio o que sus
juicios son invalidados por prejuicios irracionales.
Y aquí es donde entra el populismo, que finalmente pretende echar
abajo los dogmas de lo políticamente correcto y hablar de modo cándido
de los valores, preocupaciones y ansiedades de la gente. Así lo hemos
visto de modo contundente en el caso de Donald Trump, que ha ganado la
estima de una gran parte del pueblo estadounidense desafiando las normas
de la corrección política «a lo grande».
Populistas como Trump
canalizan las frustraciones acumuladas de un pueblo que ha sido privado
durante mucho tiempo de un foro público donde expresar y explorar sus
inquietudes.
El populismo ha triunfado una y otra vez (y sigue triunfando) porque
nuestra cultura no está preparada para responder de manera inteligente y
sensata al surgimiento de este fenómeno en su propio seno.
No tenemos
la costumbre de discutir con nuestros conciudadanos de modo abierto y
matizado sobre los valores éticos. Por ende, no sabemos dar una
respuesta ponderada y sincera a los discursos políticamente incorrectos y
a veces extremistas del populista.
Cuando el populista comienza a ganar terreno, los representantes de
la cultura dominante lo desprecian por su falta de realismo político, o
le acusan de amenazar nuestra civilización con sus lemas intolerantes y
que se oponen a todo consenso medianamente aceptado. Lo descartan como
un fanático que no merece su atención.
Y un buen día, se dan cuenta de
que este fanático está respaldado por una porción nada despreciable de
sus conciudadanos. Y si discrepan con sus principios morales y
políticos, ya es demasiado tarde para debatir con él, porque ha sacado a
su país de Europa (Brexit) o ha instalado a Donald Trump en el Despacho
Oval. (...)" (David Thunder, El Mundo, 05/12/16)
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