7.12.16

El populismo pretende echar abajo los dogmas de lo políticamente correcto y hablar de los valores, preocupaciones y ansiedades de la gente... es lo que hizo Trump

"(...)  los líderes y organizaciones populistas se han aprovechado de un vacío ético en el ámbito político para ofrecer al electorado una visión utópica de un mejor futuro para sus hijos, de una sociedad que les ofreciera una vida colectiva y personal con más sentido y esperanza. (...)

Si no es para defender el statu quo o defender las posturas dogmáticas de un partido, generalmente, se tratan los problemas sociales no como retos existenciales sino como problemas técnicos, que se pueden resolver con intervenciones científicas. Y se esconden las verdaderas dificultades de la tolerancia y convivencia detrás de afirmaciones vagas del pluralismo, diversidad e inclusión, que parecen decir todo y nada a la vez.

Nuestros representantes muchas veces no se atreven a ofrecer una defensa propiamente moral de sus políticas públicas, sino que reducen todo al imperativo casi religioso de incrementar el PIB a toda costa.

 La pobreza de nuestro discurso ético es reforzada por una doctrina de lo políticamente correcto, que protege ciertas prácticas políticas y creencias morales en modo absoluto de cualquier crítica, con la excusa de que los que se oponen al progreso son consumidos por odio o que sus juicios son invalidados por prejuicios irracionales.

Y aquí es donde entra el populismo, que finalmente pretende echar abajo los dogmas de lo políticamente correcto y hablar de modo cándido de los valores, preocupaciones y ansiedades de la gente. Así lo hemos visto de modo contundente en el caso de Donald Trump, que ha ganado la estima de una gran parte del pueblo estadounidense desafiando las normas de la corrección política «a lo grande». 

Populistas como Trump canalizan las frustraciones acumuladas de un pueblo que ha sido privado durante mucho tiempo de un foro público donde expresar y explorar sus inquietudes.
El populismo ha triunfado una y otra vez (y sigue triunfando) porque nuestra cultura no está preparada para responder de manera inteligente y sensata al surgimiento de este fenómeno en su propio seno. 

No tenemos la costumbre de discutir con nuestros conciudadanos de modo abierto y matizado sobre los valores éticos. Por ende, no sabemos dar una respuesta ponderada y sincera a los discursos políticamente incorrectos y a veces extremistas del populista.

Cuando el populista comienza a ganar terreno, los representantes de la cultura dominante lo desprecian por su falta de realismo político, o le acusan de amenazar nuestra civilización con sus lemas intolerantes y que se oponen a todo consenso medianamente aceptado. Lo descartan como un fanático que no merece su atención.

 Y un buen día, se dan cuenta de que este fanático está respaldado por una porción nada despreciable de sus conciudadanos. Y si discrepan con sus principios morales y políticos, ya es demasiado tarde para debatir con él, porque ha sacado a su país de Europa (Brexit) o ha instalado a Donald Trump en el Despacho Oval. (...)"             (David Thunder, El Mundo, 05/12/16)

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