"(...) La respuesta mayoritaria entre la “izquierda liberal”, tanto
en Europa como en Estados Unidos, frente al éxito electoral de Donald
Trump es el miedo. “Es un momento de grandes riesgos”, “la victoria de
Donald Trump cuestiona el modelo democrático occidental”, nos llevará “a
una nueva etapa política, una política posneoliberal, posfin de la
historia, que ningún otro presidente imaginable”, “la elección de Donald
Trump como presidente es nada más y menos que una tragedia para la
república estadounidense, para la Constitución…”.
¿Está de acuerdo con
este tipo de respuesta apocalíptica?
Las visiones apocalípticas afloran siempre que la gente penetra en el
“gran territorio desconocido”: estar seguro de que nada, o no mucho,
seguirá siendo como hasta ahora, y que no se tiene ningún indicio sobre
lo que puede suceder o sobre lo que posiblemente sustituirá lo que
dejamos atrás.
Las reacciones a la victoria de Trump, como bien sabe, fueron
instantáneas y prolíficas, pero sorprendentemente todas fueron
consensuales, muy parecido a lo que sucedió en el caso del brexit,
e interpretaron el voto por Trump como una protesta popular contra el
poder establecido y contra las élites políticas del país, hacia las
cuales una gran parte de la población ha madurado una creciente
frustración por haber desatendido las expectativas y por no haber
mantenido las promesas realizadas. No sorprende que tales
interpretaciones hayan sido comunes entre los liberales, que son los que
tienen los mayores intereses en mantener las actuales estructuras de
poder.
Al no ser parte de la élite, ni haber ocupado nunca un cargo electo,
venir de “fuera del aparato político establecido”, y haberse enemistado
hasta con el partido del que era oficialmente miembro (desde 2009,
cuando se reincorporó a sus filas después de pasar cinco años con los
demócratas), Trump representaba una oportunidad magnífica y única para
realizar una condena sin apelaciones a todo el sistema político en su
conjunto.
De igual manera que el referéndum británico en el que todos
los partidos políticos principales (conservadores, laboristas y
liberales) se unieron para pedir el voto de permanencia y, por tanto,
los ciudadanos pudieron usar su voto para expresar su disgusto por el
sistema político al completo.
Otro factor complementario ha sido el llamativo afán de la población
por reemplazar las constantes aunque ineficaces e impotentes rencillas
parlamentarias por la voluntad indómita e inexpugnable de un “hombre
fuerte” (o mujer) con determinación y capacidad para imponer de
inmediato, sin titubeos ni dilaciones, soluciones rápidas, atajos y
verdaderas decisiones personales. Trump ha construido de manera muy
hábil su imagen pública como la de una persona con las cualidades que
soñaba una gran parte del electorado…
Seguramente, estos no son los únicos factores que han contribuido al
triunfo de Trump, pero son sin duda cruciales. La pertenencia de Clinton
durante treinta años a la élite dominante, además de su agenda vaga y
fragmentada, han jugado en contra de la popularidad de su candidatura.
Lo que yo creo es que estamos siendo testigos de una evisceración de
los principios de la democracia que pensábamos que eran intocables,
aunque no creo que el término en sí vaya a desaparecer como denominación
de un ideal político, ese “significante” como lo habría definido
Ferdinand de Saussure, ha absorbido y continúa generando múltiples y
diferentes “significados”.
Sin embargo, existe una posibilidad real de
que los tradicionales mecanismos de salvaguarda (como la división de
Montesquieu en tres poderes autónomos, legislativo, ejecutivo y
judicial, o el sistema británico de “checks and balances”)
pierdan aceptación por parte del público, sean despojados de su
significado y sean reemplazados explícitamente o de hecho por una
concentración de poder según un modelo autoritario o incluso
dictatorial.
Los casos que has nombrado son algunos de los numerosos
síntomas de una tendencia, por decirlo de alguna manera, a retirar el
poder de las nebulosas cumbres elitistas en las que ha estado instalado o
donde ha sido arrastrado y traerlo de nuevo a “casa”: es decir, a una
comunicación directa entre la persona fuerte situada a la cabeza y el
agregado de sus seguidores/sujetos que cuentan con las “redes sociales”
como instrumento para adoctrinar y sondear la opinión.
Aunque Trump insistió en temas raciales y en un nacionalismo
insular y discriminatorio, no fue el único punto en el que basó su
apelación. Muchos analistas han subrayado que, aparte de una serie de
actitudes regresivas hacia la diferencia, la carta más fuerte de Trump
ha sido la ansiedad económica de los ciudadanos estadounidenses que se
han sentido marginados por la globalización.
Los dos aspectos, ansiedad
económica y ansiedad hacia los Otros, ¿están relacionados? Y si así es,
¿de qué manera?
El truco ha sido conectar ambos, hacer que fueran uno solo, que
fueran inseparables y se reforzaran recíprocamente. Y esto es
precisamente lo que Trump, un genio de los embustes (aunque no sea el
único en el panorama político mundial), ha sido capaz de conseguir.
Me
animo incluso a ir un paso más allá del manido matrimonio entre política
identitaria y ansiedad económica, para sugerir que ha sido capaz de
condensar todos los aspectos y sectores de la incertidumbre existencial
que persigue a lo que queda de la vieja clase trabajadora y antigua
clase “media”, y adoctrinar a los que sufren con la idea de que la
expulsión de los extranjeros, de todos los que son étnicamente
distintos, de los extranjeros recién llegados, representa la tanto
añorada “solución urgente” que podría acabar de un solo golpe con toda
su ansiedad e incertidumbre.
Algunas de las personas que votaron por Trump pertenecen a la
categoría de los “expulsados”: aquellos que formaban parte de un
“contrato social” y que han sido marginados o expulsados por la fuerza,
junto con los jóvenes y aquellos que nunca han formado parte y dudan de
que algún día formarán parte en el futuro (lo que Boaventura de Sousa
Santos llama “pos y pre contractualismo”).
¿Está de acuerdo con esos
académicos, como Saskia Sassen, que dicen que la victoria de Trump
representa el fin del modelo económico inclusivo de posguerra,
keynesiano, que será sustituido por otro modelo marcado por una
tendencia opuesta, excluyente?
La transición de una visión del mundo, de una mentalidad y de una
política económica inclusiva a una exclusiva no es algo nuevo. Esta
transición se ha sincronizado estrechamente con otro salto cualitativo,
el de una sociedad de productores a una sociedad de consumidores, que no
habría sido posible sin la marginación, o más bien sin la creación de
una “clase inferior” que no solo ha sido degradada con respecto a la
sociedad de clases, sino que ha sido completamente exilada, una especie
de “consumidores fallidos” tan excluidos que no pueden ser readmitidos.
La tendencia actual a “titularizar” los problemas sociales añade leña al
fuego y amplifica las redes de exclusión, y transfiere a los que acaban
en estas redes de una categoría menor, aunque con cualidades positivas,
a una división mórbida, aunque siniestra, tóxica y mortal.
En algunos de sus libros, por ejemplo En busca de la política (Fondo De Cultura Económica, 2001), ha
analizado lo que llama “trinidad malvada”: incertidumbre, inseguridad y
vulnerabilidad, el sentimiento de personas que viven en un mundo en el
que se ha producido un divorcio entre el poder y la política. ¿Es
inevitable que este divorcio conduzca al “hombre fuerte” y al populismo?
Sí, me temo que así es. El divorcio al que hace referencia deja un
espacio, cada vez más grande y alarmante, del que emana la combinación
envenenada entre desesperación e impotencia. Los instrumentos ortodoxos,
que considerábamos familiares y que pensábamos que estaban ahí para
combatir los problemas y las ansiedades que nos atenazaban, ya no
existen, o más bien, ya no creemos que puedan cumplir su promesa.
En una
sociedad en la que cada vez menos personas recuerdan de primera mano lo
que significaba vivir bajo los encantos de un régimen totalitario o
dictatorial, el “hombre fuerte” (que todavía no hemos experimentado) no
supone un veneno, sino un antídoto: por su supuesta capacidad para saber
hacer las cosas, por las soluciones rápidas e instantáneas y por los
efectos inmediatos de las cosas que promete llevar a cabo en su nombre.
Beppe Grillo, el líder del italiano Movimento Cinque Stelle
(Movimiento Cinco Estrellas), escribió un pequeño comentario tras la
victoria de Trump en el que enfatizaba las similitudes entre el éxito de
su propio partido en Italia y el éxito de Trump en EE.UU., con la
siguiente afirmación: “Son los que osan, los obstinados, los bárbaros,
los que sacarán adelante el mundo. ¡Y nosotros somos los bárbaros!”.
Estamos acostumbrados a englobar todas las fuerzas antigrupos de poder bajo
el paraguas del populismo, pero ¿no cree que a menudo el populismo es
etiqueta multiusos que utilizan unas élites confiadas para no tener que
comprender quiénes son los bárbaros y qué es lo que quieren? ¿Debería
ser interpretada la elección de Trump como un mensaje a las élites?
En Europa, los diversos Grillos son muy numerosos. Para aquellos a
los que les ha fallado la civilización, los bárbaros son los salvadores.
En algunos casos, esto es lo que ellos mismos se esfuerzan en hacer
creer para convencer a los crédulos de que así es.
En otros casos, eso
es precisamente lo que desean fervientemente creer aquellos que han sido
abandonados y olvidados durante el reparto de los grandes dones de la
civilización. Algunos miembros del poder establecido podrían estar
deseando aprovechar esta oportunidad, puesto que ciertas personas que
creen en la vida póstuma estarían dispuestas a suicidarse."
(Entrevista a Zygmunt Bauman, este texto se publicó originalmente en L'Espresso. Esta es la traducción de de Alvaro San Jose de la versión inglesa publicada por Social Europe. , Giuliano Battiston, CTXT, 11/01/17)
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