"(...) Mientras que el conflicto de clase y su expresión cultural es la base
de la confrontación (la insurrección de las élites contra El Pueblo y
no al revés), las clases explotadas y oprimidas están por todas partes
comenzando a volverse en contra de otras personas oprimidas: hoy en día
sobre todo contra los refugiados o contra las minorías o contra los gais
o incluso contra los jóvenes de clase media que están a favor de
Occidente, y que no son ellos mismos explotadores, sino los inocentes e
inconscientes agentes de los explotadores.
Sin embargo, su xenofobia es solo una opinión (desagradable, sin
duda, aunque una opinión únicamente). Son los grandes Estados
capitalistas los que dan la espalda a los refugiados. Mientras la prensa
europea brama contra Donald Trump, el amable gobierno alemán y sus
aliados liberales están haciendo lo mismo que de lo que él solo habla
hasta el momento.
La policía fronteriza europea, Frontex, ya es más
violenta con los refugiados que lo que será su equivalente
estadounidense. La valla de la vergüenza de Viktor Orbán, situada en la
frontera con Serbia está protegida actualmente también por el ejército
austríaco, el ejército de un país neutral que acaba de elegir a un
impecable presidente verde-liberal, el adorable y amable Van der Bellen.
(Por cierto, la ley húngara que otorga poderes policiales al ejército,
ha sido emulada recientemente por los poderes fácticos austríacos).
Mientras tanto, la decisión del gobierno austríaco liderado por los
socialistas de premiar a los emprendedores que quieran dar trabajo a más
gente, acaba de ser enmendada (¡por los socialdemócratas!) para que dar
trabajo a inmigrantes no cuente.
Hace pocos días, el ministro de
Interior anunció en Viena una propuesta de ley según la cual las
“actividades en contra del Estado” y “no reconocer la autoridad del
Estado de la República de Austria”, serán merecedores de dos años de
cárcel. Suena a estalinismo del bueno, ¿verdad?
Déjà vu, Roma está ardiendo
La derecha está ganando en todas partes, la izquierda está siendo
traicionada en todas partes y la gente se pelea por estúpidas
definiciones.
La contrarrevolución reaccionaria está usando (aunque no ayudando) al
proletariado tradicional y a las clases medias bajas contra las clases
marginadas, contra el precariado (sobre todo si es étnico) y contra el
inmigrante, y creando una alianza política interclase, nunca vista desde
los días de la conquista colonial, que está destruyendo a la izquierda.
El giro de los países anglófonos más importantes (Reino Unido y Estados
Unidos) en contra de la Unión Europea podría asemejarse a la disolución
de la Sociedad de las Naciones, y poner fin al período de paz más largo
en el continente europeo (si consideramos los conflictos yugoslavo y
ucraniano como refriegas).
Por lo general, el peligro de que se produzca
el desorden o una conflagración tiene como consecuencia que se detenga
el progreso, sobre todo hacia una mayor libertad y cooperación.
La traición socialista tampoco es nueva. Como sabe todo el mundo, los
socialistas europeos (infinitamente más poderosos que hoy en día)
capitularon durante el verano de 1914 frente a las fuerzas del
imperialismo y se unieron al “esfuerzo de guerra” votando a favor de los
créditos de guerra y movilizando a la teóricamente “internacionalista”
clase trabajadora.
Los intelectuales de origen judío como Henri Bergson,
Max Scheler o Georg Simmel, que se suponía que eran cosmopolitas y
temerosos de las fuerzas nacionalistas imperialistas antisemitas, se
dedicaron a escribir himnos sobre renacer en la batalla y sobre las
virtudes superlativas de su nación “de acogida”.
Los anarcosindicalistas
(anteriormente pacifistas radicales) se desplazaron a la derecha y más
tarde muchos se convirtieron en fascistas, como aquel que acabó como
ministro del gobierno criminal colaboracionista de Pétain y Laval que
dirigió Francia durante la II Guerra Mundial.
La idea socialista fue evitar la guerra mediante una huelga general
internacional, pero en su lugar la etnicidad derrotó a la clase, y el
esfuerzo de la clase trabajadora se centró en el Estado del bienestar y
en el colonialismo con la esperanza de obtener dividendos sociales, y al
final obtuvo los resultados que ya conocemos.
Llamemos a las cosas por su nombre. Ceder ante el racismo y la
xenofobia en lugar de enfrentarnos a este problema aparentemente
irresoluble que está convirtiendo a millones de personas en ‘poblaciones
superfluas’ como consecuencia del desarrollo tecnológico
(digitalización, robotización, automatización), la crisis financiera y
la contracción de la demanda mundial; levantar vallas para detener a
estos millones de personas que intentan escapar del hambre y la guerra
en lugar de extender las ayudas de forma universal; llegar a acuerdos
con tiranos como Erdogan, Modi o al-Sisi; permanecer en silencio frente a
la difícil situación de los rohingya [la minoría musulmana de
Birmania]; parecerse cada vez más al enemigo: eso es lo que está
haciendo la izquierda oficial y a eso se le llama traición.
No es cierto que no haya diferencia entre la izquierda y la derecha,
pero es verdad que la izquierda está desapareciendo rápidamente, como ya
sucedió en 1914." (Gáspár Miklós Tamás (OpenDemocracy), en CTXT, 19/04/17)
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