"Aunque se ha hablado poco aún de ello, la relación entre el Frente
Nacional de Marine Le Pen y los sindicatos resulta fascinante. Y muy
reveladora de las turbulencias que han sacudido el antiguo espacio de la
izquierda. La crisis del mundo del trabajo y de los sindicatos
franceses ha abierto una oportunidad para la intervención de la extrema
derecha.
El FN ha aprovechado un vacío con la convicción de que, si un
terreno queda yermo, alguien vendrá en algún momento a ocuparlo, esto
es, a politizarlo. La formación lepenista busca desde hace dos décadas
situarse como un actor relevante en ese entorno y dar salida
--respuesta-- al sentimiento de abandono y fragilidad que percibe buena
parte del mundo obrero francés, a la sensación de estar en el alambre. (...)
Si hoy la líder ultraderechista es tan popular entre los obreros es
gracias a una estrategia comunicativa exitosa y con buenos resultados
electorales a nivel local. La autodenominada “candidata del pueblo” es
también, a juzgar por las encuestas[1],
la “candidata del mundo obrero”. Le Pen obtiene un 44% de intención de
voto entre este colectivo, frente al 16% de Emmanuel Macron, el 14% de
Jean-Luc Mélenchon, el 12% de Benoît Hamon o el 9% de François Fillon.
Es una distancia sideral que la catapulta casi hasta la ‘mayoría
absoluta’ entre ese grupo de trabajadores. La línea es ascendente desde
finales de los años ochenta, excepto en el pequeño paréntesis que supuso
la elección presidencial de Nicolas Sarkozy (...)
Los resultados de Jean-Marie Le Pen en la elección presidencial de 1995
sorprenden por completo a la sociedad francesa: el candidato
ultraderechista logra un 21% de apoyo entre los obreros. Ni el Partido
Socialista, que aún en 1988 aglutinaba el 59% del voto obrero, ni el
Partido Comunista (PCF), que durante tres décadas, 1945-1975, había
capitalizado el voto entre las clases populares, eran ya los partidos
mayoritarios en el mundo del trabajo. El Frente Nacional se convierte ya
entonces en el “primer partido obrero de Francia”, tras la abstención. (...)
Uno de los estudios más conocidos de la época fue el del politólogo
Pascal Perrineau, quien describió el fenómeno como
“izquierdo-lepenismo”, subrayando la fuerte implantación de la extrema
derecha en los antiguos bastiones del Partido Comunista y las
transferencias de voto entre la izquierda y el nacionalismo radical.
Posteriormente Nonna Mayer matizó esta descripción hablando de
“obrero-lepenismo” para recalcar que no se trataba tanto de un traspaso
directo de votos desde la izquierda a la extrema derecha, sino de una
mutación compleja del mundo obrero que, por un lado, había dejado de
interesarse en la política y donde, por tanto, los individuos de derecha
(que siempre habían existido) pesaban proporcionalmente más. No es que
el obrero tradicionalmente de izquierdas se hubiera hecho de derechas,
sino que había dejado de votar.
Y al mismo tiempo, las nuevas generaciones de obreros ya no se sentían
tan vinculadas a las organizaciones y partidos de izquierda. Todo ello,
unido a la existencia de obreros que siempre votaron a partidos
conservadores, había contribuido a una derechización del mundo del
trabajo. (...)
A partir de 2011, la formación ultraderechista alienta la entrada de sus
militantes en las organizaciones sindicales y hace propaganda de ello
con el objetivo de asentar una vieja idea a la que el partido llevaba
dándole vueltas desde 2009: reclamarse herederos de las grandes figuras
de la izquierda y del sindicalismo francés.
“Jean Jaurès sería hoy del
Frente Nacional”, “Georges Marchais votaría hoy por nosotros”, vienen a
decir. O, como sostuvo el vicepresidente del partido, Florian Philippot,
en agosto de 2016: “Nos reconocemos en los avances sociales y el espíritu de modernidad del Frente Popular de Léon Blum”.
Vampirizar todos los episodios nacionales de alto contenido simbólico.
Esa es la estrategia empleada por el nacionalismo atrapalotodo de Marine
Le Pen. Y hacerlo además desde una perspectiva transversal: de Léon
Blum a Charles de Gaulle, pasando por Victor Hugo, Jules Ferry o la
memoria de la Resistencia. (...)
El Caso Engelmann conmocionó a la CGT al descubrir que en ciertas
regiones del norte y del este del país existía una corriente creciente
de simpatía hacia el Frente Nacional entre sus afiliados. (...)
Pensemos que en estos últimos años la candidata del FN se permite
lamentarse en público por el bajo nivel de sindicación en Francia. “Me
entristece el doloroso espectáculo de la infrarepresentatividad
profesional de los sindicatos, pues esta es justamente una de las causas
principales del abandono del mundo del trabajo frente a todas las
amenazas que pesan sobre él: deslocalizaciones, dumping social, capitalismo financiero y desindustrialización”, afirmó en un comunicado de prensa el 18 de abril de 2012.
El ‘nuevo’ Frente Nacional hace guiños al mundo del trabajo para
dañar y poner en contradicción a los partidos y sindicatos de izquierda.
Y además usa el sindicalismo como cantera o escuela de formación de
futuros concejales y alcaldes en el este y el norte del país. De hecho,
Fabien Engelmann es alcalde de la ciudad de Hayange, en pleno corazón
industrial de la región de Lorena.
Todo este trabajo que el Frente Nacional ha realizado desde los
noventa sigue dando sus frutos. Hay toda una generación obrera
socializada en la simpatía o, al menos, la permisividad hacia el FN. “En
nuestra fábrica se elige a Mélenchon o a Le Pen según la confesión
religiosa de cada uno”, confesaba, por ejemplo, Emilie, trabajadora
temporal en el gigante automovilístico PSA en un reportaje reciente del
diario Libération.
Y después para justificarse añadía que la
Francia multicultural era “bella de lejos, pero dura de cerca”. Hoy el
FN es tan fuerte en el mundo obrero como lo fue el Partido Comunista
francés en sus mejores años. Si hoy Marine Le Pen ronda el 40% de
intención de voto en este colectivo, Jacquese Duclos, candidato del PCF a
las elecciones presidenciales de 1969, no sobrepasaba el 33%.
Hay, sin embargo, algún pequeño signo de esperanza. Tras el primer
debate televisado en Francia entre los cinco principales candidatos a
finales de marzo, Mélenchon experimentó una subida de 7 puntos de
intención de voto entre los obreros, mientras que Marine Le Pen bajaba
4. (...)
El candidato de La France Insoumise ascendía entonces al 21% de apoyo
obrero mientras que la candidata nacionalista se quedaba en el 40%. La
distancia, no obstante, sigue siendo amplia. Las acusaciones de
“globalizador” e “inmigracionista” que la extrema derecha suele lanzar
sobre Mélenchon y el conjunto de la izquierda siguen pesando mucho sobre
el electorado más popular.
También las de haber traicionado y
abandonado a este mundo; o, al menos, haberlo relegado a la última de
sus prioridades. La izquierda tiene por delante una tarea de reconquista
que requerirá tiempo y que empezará sin duda por tomarse al FN en
serio." (Guillermo Fernández Vázquez, CTXT, 21/04/17)
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