"A estas alturas de año, hemos oído ya unas cuantas veces que el paro ha bajado de forma “histórica”,
más que nada porque cuando algo así ocurre podemos estar seguros de que
se van a preocupar de que el dato llegue a nuestros oídos.
Lo que es
menos probable que hayamos escuchado es el correlato que ocultan estos datos, y no me refiero solo a la caída en 800.000 personas de la población activa desde el año 2012, aunque tenga mucho que ver con ello.
Esta misma semana, la Agencia Tributaria recordaba
que uno de cada cuatro euros que entran en los hogares provienen de las
pensiones. Estas han vuelto a niveles precrisis, mientras que los
salarios aún se encuentran muy por debajo de 2008; en concreto, hasta
30.000 millones de euros anuales menos.
En otras palabras, muchas
familias y hogares se mantienen a base del dinero que ingresan los jubilados.
La razón es parcialmente demográfica, relacionada con el envejecimiento
de la población española, pero también muestra la realidad sobre el
equilibrio económico familiar: entre el 20% de los españoles con menos
recursos hay un 13,2% de ocupados, pero un 8,2% de jubilados.
Así que, si queremos poner medallas a alguien por haber aguantado el
peso de España durante los años de la crisis, quizá debamos olvidarnos
de empresas y políticos y reivindicar a los verdaderos héroes anónimos de la última década de paro y austeridad: los abuelos.
No es una cuestión únicamente económica, como solían recordar las recurrentes historias de la crisis
que contaban cómo los abuelos mantenían a tres generaciones diferentes
(la suya, la de sus hijos y la de los nietos), sino también temporal.
Aunque tiempo es dinero, tendemos a olvidarnos que sin el papel
sacrificado de muchos mayores de 60, auténticos hombres orquesta que
llegan a todos esos lugares donde los padres no pueden (la salida del
colegio de los niños, la comida del día siguiente, el papeleo de turno
con el banco…), muchas familias habrían colapsado. (...)
Ahora me queda claro que sin la labor entusiasta de mis abuelos mis
padres no podrían haber trabajado. O, mejor dicho, mi madre, que en
otras circunstancias sociales se habría tenido que quedar en casa para
cuidar de mí.
La situación es aún más grave en un momento en el que las horas extra se han disparado, y con ellas, la ausencia obligada de los padres del hogar.
¿Dónde van esos 126 millones de horas extra (remuneradas) que hicieron
los españoles en 2015? Muchas, a las espaldas de los abuelos. (...)
La nueva generación de jubilados es, no obstante, muy diferente a la que
le precedió. Es, para empezar, la que desempeñó casi toda su carrera
laboral en democracia –si te jubilas este año con 65, tenías 22 cuando
murió Franco–, la que posiblemente estudió en la Universidad, la
que vivirá más tiempo y con una mejor salud.
La que, en muchos casos,
tiene un piso en propiedad, pero sobre todo, la que trabajó con la expectativa de que sus hijos tuviesen una formación académica más completa,
una carrera profesional con mayores posibilidades de ascenso –“yo no
pude porque no estudié, pero mi hijo sí podrá”– y, en definitiva, una
vida mejor.
La realidad ha sido muy diferente. Se ha hablado mucho de las expectativas traicionadas y la sensación de estafa que han experimentado los jóvenes, pero no tanto de la decepción que ello ha causado entre sus padres y abuelos.
Aquellos, que en muchos casos sacrificaron placeres mundanos –un
apartamento en la playa, un viaje al extranjero cada verano– para que
sus hijos viviesen bien se han visto convertidos en su primera vejez en
los padres postizos de sus nietos, habida cuenta que no todo el mundo
puede permitirse una guardería
y que el sensible aumento de divorcios ha provocado que donde antes se
turnaban dos, ahora solo uno de ellos (la madre, por lo general) tiene
que asumir un papel doble las 24 horas del día.
Que para poder tener hijos es casi imprescindible tener a los padres y los suegros cerca es una realidad para toda una generación. No solo porque sus sueldos
sean más bajos, sino porque sus empleos son más inestables.
Eso quiere
decir no solo que muchas jornadas laborales sean poco previsibles –una
figura clásica es la del 'freelance' que debe dejar al niño con los
abuelos porque sabe cuándo sale de casa pero no cuándo volverá–, sino
también que, debido a la alta rotación, uno puede tener hoy un trabajo
de ocho a cinco… y, dentro de dos semanas, otro de dos a diez de la
noche
. En el pasado, quizá se rechazaría el segundo empleo. Hoy, los
abuelos, sabiendo “cómo está el patio”, se ofrecerán gustosos a hacer lo
que haga falta para que sus hijos trabajen. (...)
Ante la imposibilidad de sus hijos de gozar de cierta independencia
económica, el dinero ahorrado durante décadas ha sido destinado a
intentar dar con la tecla adecuada en un panorama totalmente incierto. ¿Quieres reciclarte y estudiar otra carrera? Nosotros te la pagamos. ¿Crees que un máster te va a servir para encontrar trabajo? Cuenta con nosotros.
¿Piensas probar suerte en el extranjero
y necesitas que te mandemos algo de dinero? Aunque nos duela en el
alma, lo haremos si eso te sirve para hacerte un nombre. Eso por no
contar esa situación tan habitual –y ligeramente inconfesable– en muchas
familias en la que los padres animan al joven a ahorrar el (bajísimo)
sueldo de su primer empleo mientras estos siguen pagándole la comida y
los caprichos. (...)
No hablemos ya de los pisos, que han terminado por convertirse en el
regalo definitivo de padres a hijos. Si la mitad de los jóvenes de entre
18 y 34 años viven con sus padres y estos deben destinar más del 60% de
su sueldo a la hipoteca,
la entrada del piso ha terminado por convertirse en la definitiva
muestra de amor.
Que resume bien la trampa en la que han caído las
familias españolas, obligadas por las circunstancias: los hijos, que de
otra manera no podrían soñar con un piso en propiedad, lo aceptan con la
conciencia más o menos tranquila, porque saben que de esa manera, sus
padres están cumpliendo uno de sus sueños vitales, dejar a sus hijos una vida tranquila con garantía de futuro.
Pero,
al mismo tiempo, y bajo esa apariencia de apoyo familiar desinteresado,
se encuentra la gran ruptura olvidada de la sociedad española: que los
abuelos hagan dos veces de padres, primero de sus propios hijos, y más tarde, de sus propios nietos." (Héctor G. Barnés , El confidencial, 10/06/17)
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