"El mundo está pasando por una crisis económica en cámara lenta, a la que
la mayoría de los expertos no le encuentra fin a la vista. Desde la
crisis de 2008, la economía global viene creciendo a trancas y
barrancas, en lo que constituye uno de los estancamientos más
prolongados de la era moderna.
En casi todos los países de ingresos
medios y altos, los salarios (como proporción del PIB) llevan casi
cuarenta años de caída sostenida. Pero, ¿qué pasará en los próximos
cincuenta?
Hoy la situación se
ve indudablemente mal. El estancamiento económico y el aumento de la
desigualdad contribuyeron a una oleada xenófoba y nacionalista en los
países avanzados, de la que sirven de ejemplo el voto británico a favor
de abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como
presidente de los Estados Unidos (y ahora su decisión de retirarse del
acuerdo climático de París).
Entretanto, numerosos países en desarrollo
(sobre todo en Medio Oriente y el norte de África) están sumidos en
conflictos, y algunos al borde de la disolución.
Es
casi seguro que la turbulencia continuará en el futuro inmediato, pero
lo que asoma detrás es materia de discusión. Es verdad que hacer
pronósticos a largo plazo suele ser una empresa vana. En 1930, en
tiempos similarmente difíciles, nada menos que John Maynard Keynes trató
de hacerlo, con su famoso ensayo “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. Sus predicciones no se cumplieron.
(...) predigo que en cincuenta años, es probable (aunque no seguro) que la
economía global esté en pleno esplendor, con un crecimiento del PIB
mundial de hasta el 20% anual, y duplicación de los ingresos y del
consumo cada cuatro años, más o menos.
A primera vista, esta descripción parece disparatada. Después de todo,
hoy la economía global crece a un ritmo de apenas el 3% anual (un poco
peor estos últimos años). Pero no sería la primera vez que el
crecimiento económico global acelere a niveles antes inimaginables. (...)
Hoy, lo que promete
llevar el crecimiento a nuevas alturas es la Revolución Digital. Estamos
en medio de un quiebre tecnológico impresionante, en el que los avances
en tecnología digital están conectando cada rincón del planeta. Esto no
sólo aumenta la productividad de los trabajadores, sino también sus
posibilidades de empleo. Por ejemplo, un individuo en un país en
desarrollo ahora puede trabajar para una multinacional. El resultado es
un incremento de la participación en el mercado laboral.
Pero
los efectos económicos de esta tendencia no han sido todos positivos.
Por ejemplo, en Estados Unidos el salario medio real (ajustado por
inflación) apenas aumentó, pese a que el desempleo se redujo a 4,3%. Al
abrir una cuota mayor de los empleos a trabajadores extranjeros más
baratos (y cada vez más, máquinas), la tecnología reforzó este “techo
salarial”.
La
clave para atravesar el techo es cambiar los tipos de trabajos a los
que se dedica la gente. Mediante una mejora de la educación y la
capacitación (y una redistribución más efectiva), podemos ampliar la
proporción del trabajo creativo (desde el arte hasta la investigación
científica) que no será automatizable en mucho tiempo. (...)
Aunque ese trabajo
pueda parecer un derroche (por la cantidad de personas y de tiempo que
se necesita para conseguir un único resultado o avance importante), ese
único resultado o avance puede crear valor suficiente para mejorar los
niveles de vida de todo el mundo. Y conforme se desarrolle el sector
creativo, el crecimiento lo seguirá.
Este
resultado es probable, pero no está garantizado. Su obtención demandará
cambios fundamentales en la economía y en la sociedad.
En
particular, debemos facilitar la transición de los trabajadores a
actividades más creativas. Esto supone cambios radicales en los sistemas
educativos, incluida la recapacitación de los adultos. También demanda
políticas y programas que ofrezcan alguna protección financiera a los
trabajadores desplazados, ya que de lo contrario, los dueños de las
máquinas y del capital aprovecharán las disrupciones tecnológicas para
quedarse con un trozo todavía más grande del pastel económico.
En el
nivel nacional, esto puede lograrse mediante alguna forma de
participación en las ganancias, digamos, que entre el 15 y el 20% de la
ganancia total de un país sea “propiedad” de las clases trabajadoras.
También deberán
cambiar las pautas de consumo. Si la duplicación cada cuatro años del
consumo general implica que también se duplique la cantidad de autos en
la ruta o de millas de vuelo de los aviones, no tardaremos en superar
los límites del planeta. Sobre todo teniendo en cuenta que el aumento de
la expectativa de vida no sólo agravará el crecimiento poblacional,
sino que también aumentará la proporción de personas ancianas.
Se
necesitarán incentivos adecuados para que una parte importante de la
riqueza se dedique a la mejora de la salud y al logro de la
sostenibilidad medioambiental.
Si
no conseguimos hacer esos cambios pronto, es probable que en el próximo
medio siglo la economía global se vaya al otro extremo. En ese caso,
2067 será un año signado por más desigualdad, conflicto y caos, en el
que los votantes seguirán eligiendo líderes que se aprovecharán de sus
temores y padecimientos. Lo que en mi opinión podemos descartar es un
término medio en el que el mundo se parezca más o menos a lo que ha sido
estos últimos treinta o cuarenta años. (...)" (Kaushik Basu, former Chief Economist of the World Bank, is Professor of Economics at Cornell University, Project Syndicate, 21/06/17)
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