"Quiero defender a las mujeres francesas”. Esta es una frase de Marine
Le Pen, líder del Frente Nacional –FN–, partido de extrema derecha que
llegó a la segunda vuelta de la presidenciales este año. Defender a las
mujeres significa aquí defender a las “auténticas francesas” –nacidas en
suelo francés, blancas, no judías ni musulmanas. (...)
Una buena parte de la extrema derecha, sobre todo la que
cosecha éxitos electorales en Europa, ha cambiado mucho desde la
emergencia del fascismo y el nazismo en los años 20-30 del pasado siglo,
y ha hecho esta transformación con mujeres al frente y en gran medida
gracias a nuevos enfoques de los temas femeninos.
El fascismo se renueva
–se “feminiza” podríamos decir, si con ello queremos hablar de la
visibilidad de las mujeres en los partidos– y lo hace para adaptarse a
los nuevos tiempos y preocupaciones.
Además de Marine Le Pen –y su sobrina Marion Marechal–, los partidos ultras tienen muchas mujeres en primer línea. La noruega Siv Jensen encabeza el Partido del Progreso, Pia Kjærsgaard es una de las confundadoras del Partido Popular Danés y Alternativa para Alemania llevó a Frauke Petry
como cabeza de lista hasta hace muy poco.
Este partido además, en la
actualidad tiene a una diputada y responsable de cuestiones económicas
que es abiertamente lesbiana y feminista: Alice Weidel.
En realidad, todas podrían encarnar valores similares a los defendidos por un tipo de feminismo, el neoliberal, que autoras como Nancy Fraser critican:
meritocracia, emprendedurismo e igualdad de oportunidades.
Mientras los
partidos y organizaciones que representan estas políticas alientan
medidas y valores abiertamente reaccionarios. Incluso muchas veces,
apoyan medidas contra los derechos de las personas LGTBI –como el
matrimonio igualitario– o los derechos reproductivos de las mujeres.
Todas ellas están contribuyendo a cambiar la imagen y el
estilo de la ultraderecha europea, a hacerlo más aceptable para la
mayoría o, al menos, a atraer a más mujeres, incluso a jóvenes. Sin
duda, una de las claves del éxito del resurgimiento de la extrema
derecha en el continente. Al menos, de una parte. Como fenómeno
relativamente novedoso y en evolución, no sabemos cuál será la forma
definitiva que adoptará.
Pero es un tema clave sobre el que vale la pena
reflexionar porque en muchos países, aunque los ultras todavía no ganen
elecciones, sí consiguen determinar la agenda de un manera clara,
incluso moviendo las posiciones de otros partidos –no necesariamente de
derechas– sobre temas clave para los derechos humanos y la propia
definición y existencia del proyecto europeo. (...)
Lo que diferencia a la extrema derecha actual en
Europa occidental con respecto al neofascismo es un cambio de discurso
donde se produce una redefinición de su ideario en términos
postmodernos.
En unas sociedades que han sido transformadas por las
luchas por los derechos civiles, donde las conquistas por los derechos
de la mujer son mayoritariamente aceptadas, la ultraderecha está
obligada a cambiar sus postulados si quiere prosperar.
Al igual que sus homólogos norteamericanos, su novedad
proviene de que adaptan las teorías de la izquierda –sobre todo de las
conquistas de los movimientos post mayo del 68– a los moldes de la
extrema derecha. Esto supone copiar el esquema de pensamiento y discurso
de la nueva izquierda, para adaptarlo a su marco ideológico para ser
más competitivos electoralmente.
En este sentido, la posición respecto a los temas
feministas –derechos reproductivos, desigualdad laboral, etc.– en la
extrema derecha europea varía según los países. En general dependen de
la configuración interna de los propios partidos donde siempre se tienen
que producir negociaciones con los sectores más tradicionalistas.
Así
como de la capacidad de establecer una cierta hegemonía de los
feminismos existentes. Por ejemplo, en Escandinavia, la posición de la
extrema derecha hacia la mujer es mucho más avanzada y cercana a un
feminismo liberal, por presión política y cultural del entorno.
En el caso de Francia, la transformación del FN se produjo
tras el ascenso de Marine Le Pen que asegura haberse apartado de una
línea más "tradicionalista" y católica. Hace unos años, criticaba los
abortos realizados "por comodidad”, sin embargo hoy esquiva el tema.
De
hecho, ha sostenido una contienda al respecto con su sobrina Marion
Marechal que representa al ala dura del partido y que es contraria al
aborto. Además, Le Pen, como hemos visto, adopta el discurso de la defensa de los derechos de la mujer como pretexto de su islamofobia, lo que le funciona para conseguir voto femenino que ha aumentado considerablemente respecto al del FN original.
Es posible que una parte de la extrema derecha europea
siga reivindicando la maternidad y el hogar como destinos “de la mujer”
contra algunas conquistas del feminismo. Sin embargo, la nueva
ultraderecha lo hace con nuevos argumentos. Por ejemplo cuando usa la
propia tradición teórica o los debates dentro del feminismo como hace
Alain de Benoist, uno de sus intelectuales.
“Hay
un buen tipo de feminismo, que llamo feminismo identitario, que trata
de promover valores femeninos y mostrar que no son inferiores a los
masculinos”. Para Benoist, se tiene que afirmar la igualdad de la
mujer partiendo de una desigualdad esencial. “No somos iguales pero
valemos lo mismo”, dicen los jóvenes neonazis del Hogar Social de
Madrid.
Aquí usan argumentos de un feminismo esencialista de la misma
manera a cómo hacen con la raza o la cultura: “somos de diferentes
culturas, respetemos las diferencias” –que lleva implícito un “como
somos distintos, cada uno en su país”. En este caso, los argumentos
“feministas” no se utilizan para reivindicar más igualdad o más
derechos, sino para dejar a cada uno en su lugar, incluso si eso
significa un papel subordinado.
Ya que somos diferentes, valoremos las
cosas “de las mujeres”: la maternidad, el cuidado del hogar… o “las
mujeres no tienen que asumir roles masculinos y competir con ellos”. Es
decir, argumentos que en realidad maquillan su racismo y su machismo. La
ultraderecha es supremacista, abomina de la igualdad.
Los partidos de ultraderecha renovada son un fenómeno nuevo en la
política europea y están basados en las nefastas consecuencias sociales
del envite neoliberal que han puesto en crisis a las izquierdas
europeas. Las fuerzas progresistas necesitan un nuevo modelo conceptual
que les permita ofrecer respuestas a la altura.
Estamos en un momento de
transición histórica. A la derecha liberal –ahora neoliberal– le llevó
40 años reinventarse, y la nueva ultraderecha es producto de 30 años de
redefinición. La izquierda parece que apenas ha empezado a actualizar
sus postulados y está encontrando algunas dificultades para ello.
Adoptar un feminismo antirracista radicalmente igualitario dirigido a
todas y no solo a las que tienen posibilidades de romper “el techo de
cristal” podría ser un buen comienzo. Así como incidir en las luchas
materiales de las que menos oportunidades tienen, de las que están
obligadas a dedicarse al cuidado y que tampoco encuentran oportunidades
fuera del hogar porque ahí solo les esperan los peores trabajos.
Porque,
y aunque pueda parecer paradójico, ¿acaso no son ellas unos de los
principales objetivos de los partidos ultras?" (Nuria Alabao, CTXT, 06/12/17)
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