"En los últimos meses se ha instalado un debate nacional sobre la
situación de los salarios. Por un lado, está el problema del nivel
salarial que, sin tener estadísticas decentes, sabemos por intuición que
es anormalmente bajo gracias, entre otras razones, a la Reforma Laboral de 2012.
Por otro lado, empieza a preocupar el incremento en un año en el que
los beneficios empresariales crecen muy por encima de lo que lo hacen
las retribuciones a los trabajadores, lo que ensancha la cantidad de la
renta nacional que se apropian los empleadores. (...)
Como se puede apreciar en todos los debates, tanto los de café, como los
académicos o políticos, apenas se reconocen los verdaderos problemas
del mercado laboral: la demanda efectiva, la propensión por la
precariedad y el subempleo, la muerte del modelo de negociación
colectiva que conocimos tras los Pactos de la Moncloa y un modelo productivo que favorece el empleo barato y el uso de trabajadores poco formados. (...)
Este factor endógeno explicaría la tipología de contratación cuyos
efectos perversos defiende la patronal y es quien, de facto, influye
para que nada cambie.
No olvidemos que este es el modelo perfecto para
un empresariado español muy atrasado, poco formado y miope que confunde
su función y viola sistemáticamente la ética schumpeteriana, situándose
más cerca de las peores prácticas de los países en vías de desarrollo. (...)
Después de la orgía vivida en los dos últimos ejercicios en materia de contratación temporal
y precaria, más de 611.000 empleos en 2017, con más de 21 millones de
contratos firmados, parece que el ritmo de creación de empleo se agota,
una vez los efectos de cola que han empujado a España desde 2015,
tienden a agotarse, sin que nada de lo principal haya cambiado.
Por
tanto, volveremos a escuchar voces que vuelvan a hablar de
bonificaciones a la contratación, extensión del Programa Prepara y la
implantación de la limosna del complemento salarial para jóvenes. (...)
Pero el verdadero cáncer de la economía española está extendido por la
gran parte de las empresas, e incluso la Administración: la economía low cost
ha venido para quedarse.
Sectores de bajo valor añadido que permiten
consumir bienes y servicios a una gran parte de la población a precios
irrisorios, de ahí la baja inflación, con costes laborales decrecientes y
una población que se vende por salarios de miseria sin protestar.
La crisis solo ha sido una excusa para justificar el golpe de mano al poder de negociación salarial,
mantener un nivel de paro de larga duración lo suficientemente alta
para desincentivar la protesta y la lucha por derechos laborales
perdidos para siempre, algo que los trabajadores han internalizado con
asombrosa naturalidad y resignación.
Todo este cambio de paradigma se
explica, principalmente, por la ausencia de una demanda efectiva en el
mercado de producto que no es cíclica, sino que se torna estructura,
como lo prueba la nula presión inflacionista o la reducción de la
velocidad de circulación del dinero.
Esta combinación de demanda efectiva bajo mínimos, salvo por movimientos
de regresión a la media, y la economía low cost, junto a un enorme
ejercito de reserva poco formado, dentro de un contexto de destrucción
de poder de negociación de los trabajadores, cierra la ecuación de
salarios bajos como elemento estructural incorporado a la mentalidad y
práctica empresarial.
Todos los intentos de modificar los elementos
institucionales o legislativos, propios de un laboratorio, sin ningún
test empírico en España, apenas tendrían impacto sobre una economía
muerta, obsoleta y con un empresariado viciado por la codicia y la
propensión a mantener trabajadores baratos y sin formar." (Alejandro Inurrieta, Vox Populi, 08/01/18)
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