"España está atrapada en una espiral perversa. Nuestra deuda pública,
sin soberanía monetaria, es insostenible. Nuestros acreedores nos
tienen cogidos por donde más duele.
Los salarios son muy bajos y los
empleos profundamente precarios, consecuencia de un modelo productivo intensivo en mano de obra, centrado en actividades de poco valor añadido (turismo, construcción y burbujas varias). (...)
La dejación de responsabilidad de los poderes públicos respecto a los
más desfavorecidos empieza a ser criminal. Lo más triste de nuestra
querida España es que hace tiempo que dejó de funcionar el ascensor social: el niño que nace en un barrio y familia humilde lo tiene francamente complicado para salir de esa situación. (...)
Estamos en manos de auténticos incompetentes, sino psicópatas.
Pero para ello quienes nos desgobiernan cuentan con el sustento político de una parte de la población, cierta clase media y pasiva,
cuyo impacto en la renta y riqueza no se ha visto afectada durante la
crisis.
Pero estos votantes parece que aún no se han enterado que sus
rentas y riquezas en realidad se la han estado financiando los
trabajadores por cuenta ajena, los autónomos, los pequeños empresarios
de este país, y, sobretodo, sus hijos y nietos, cuyas condiciones de
vida se deterioran a marchas forzadas para que dichas rentas no
decaigan.
Son esa parte de la población que “ha comprado” la nueva versión de Robin Hood
redactada por los poderosos. Según ésta, los otrora pobres y débiles
-desempleados, discapacitados, refugiados…- han sido recolocados en el
cuadro conceptual donde solíamos situar a los más ricos y poderosos.
Son
ellos, la categoría social previamente etiquetada como "pobre", a
quienes se les acusa de no tener ganas que trabajar. Les presentan como
vagos, perezosos, parásitos. Mientras que los que antes se consideraban
ricos, ahora, por obra y gracia del lenguaje, se les presenta como
aquellos que trabajan muy duro para obtener una recompensa más o menos
justa.
Y bajo ese lenguaje perverso, “hay que apoyar a esta nueva
categoría de pobres”, los otrora ricos. No existe nada peor que olvidar
nuestros orígenes, de dónde venimos cada uno de nosotros.
Si echemos la vista atrás, el origen de los problemas actuales se
remontan a mediados de los 80, justo con la entrada en vigor del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea, cuando las élites patrias cedieron antes las del norte y centro de Europa.
Asumieron sin más una reconversión industrial
y una liberalización y apertura de nuestros mercados de bienes y
servicios, que unidos a la libre movilidad de capitales, acabó siendo
absolutamente nefasto para nuestro devenir futuro.
El papel que nos
“asignaron” implicaba una desindustrialización
masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva.
Sólo el País Vasco resistió, al aplicar una política industrial activa.
El problema se agudizó cuando el Banco Central Europeo,
allá por 2002, implementó una política monetaria excesivamente
expansiva, con el objetivo último estimular la economía teutona para que
Alemania no tuviera que expandir su crecimiento vía política fiscal.
Ello aceleró e infló hasta límites insospechados la burbuja inmobiliaria
patria.
Pero no contentos con tanto dislate, nos dieron doble ración de
cicuta, ya que los pasivos bancarios garantizados se acabaron
convirtiendo en deuda pública, impidiendo una restructuración privada de
la deuda a costa de acreedores, básicamente foráneos.
En realidad, la Unión Monetaria Europea es un sistema defectuoso desde sus orígenes. Se hizo caso omiso de los informes precedentes (Werner, 1970; MacDougall,
1977) donde se avisaba de la necesidad de una instancia fiscal federal y
de los peligros de dejar todo en manos de una Banco Central, como una
parte no constituyente del gobierno, y de establecer, en este contexto,
unos tipos de cambio fijos entre los estados miembros. Y de aquellos
barros estos lodos.
Es obvio que necesitamos un cambio radical de
modelo productivo, que requiere tiempo. Pero, ahora España tiene otro
problema más gordo e inmediato, “esta pillada” a la griega. Nos tienen
cogidos por donde más duele. Entonces ¿qué podemos demandar? En primer
lugar, el establecimiento de una verdadera federación política y
económica que permitiera mutualizar y reestructurar de manera coordinada las deudas.
Para ello debemos salvar las reticencias de ciertas naciones europeas
que no quieren asumir dicha federación política y económica.
Pero además el BCE podría utilizar su capacidad de emisión de moneda para financiar los déficits fiscales
de los Estados miembros, con el fin fomentar el crecimiento y el empleo
en sus economías nacionales sin encontrarse con las restricciones que
los mercados de bonos privados ejercen en sus gastos. Sin embargo, se
opone con contundencia Alemania y la propia Comisión Europea.
En este
contexto, si nada cambia, sólo queda una alternativa, presionar, y
empezar a analizar la opción de la salida del euro y que puede ser, o
bien mediante un desmantelamiento ordenado de la moneda y una
restauración de la soberanía monetaria individual, con el
restablecimiento de su propio banco central; o bien una salida
unilateral de cada nación, mediante el restablecimiento de su propia
soberanía económica y política. Pero lo que queda claro, que tal como
estamos no podemos continuar." (Juan Laborda, Vox Populi, 21/12/17)
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